MIS SIETE PECADOS CAPITALES:

Como cada día, esta mañana temprano entré al Sagrario. Empecé a
conversar con Dios, y de pronto me vinieron a la mente en aquel silencio
sacrosanto los siete pecados capitales, de los que me declaro confeso y
practicante aunque no de la misma manera en todos. Así es mi debilidad.

Los analicé uno a uno y me reafirmo: tengo mucho que mejorar en ellos.
Curiosamente analicé, a su vez, las siete virtudes que se oponen a estos
siete pecados capitales y no descubro sino que constato, son las que a diario
me enseña con su ejemplo y modo de vida mi mujer María, como esposa,
madre y fuera de casa con todos con los que convive y se relaciona. Si
practicáramos las siete virtudes, es decir no incurriéramos en los siete
pecados, no visitaríamos ni internistas, ni psiquiatras ni médico alguno.

Si no los recuerdas, los siete pecados capitales y las siete virtudes son:

La soberbia, origen de muchos enfados y disloque de la razón. Admito que
soy soberbio porque me lo decía mi madre, pero ella era igual que yo. A este
pecado se opone la virtud de la humildad, de la que todos los días recibo en
mi casa clases y no aprendo nada.

La avaricia. Es verdad que no soy avaro, y la virtud que se le opone es la
generosidad. Bien, de este me escapo porque Dios me hizo generoso, salgo
a mi padre.

La lujuria. De este me escapo porque la edad me protege pero la virtud que
se le opone es la castidad: Y cuando pienso en esta entiendo que hay que
extenderla no sólo a la continencia física sino a la concepción mental, que
puede ser más grave. ¿Por qué no ser castos en el pensamiento, las ideas y
las concepciones higiénicas de la vida? Yo ando regular de esto, creo yo.

María sobrada. Ella es una profilaxis andante del buen pensamiento y obrar
de limpieza de mente y corazón.

La ira. Por momentos mi genio me puede; la virtud que se opone es la
paciencia. La de mi esposa es tal que es la que sostiene mi matrimonio. Por
cierto, mañana cumplimos nuestro 43 aniversario de casados. Cuando lea
esto se enfadará por escribir de ella pero aprovecho para felicitarla. Cuando
dijo Jesús: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, pensaba
en María. Tal vez por eso ella es tan del Señor de la Sentencia.

La gula. Y se le opone la virtud de la templanza. De este pecado me escapo,
pero no de la virtud, salvo casos, muy serios, donde sí ejerzo la templanza,
es decir, cuando hay tormenta el último en ponerse nervioso, ha de ser el
capital y ni siquiera ponerse. Lo hago.

La envidia. Esta sí que es mala. No soy envidioso afortunadamente. La virtud
que se le opone es la caridad, y me ocupo mucho de ella.

La pereza. Este pecado es peligrosísimo porque pasa desapercibido: Se le
opone la diligencia. No entiendo cómo María, estando siempre tan malita,
puede ser tan diligente, es un modelo a imitar.

Bueno, este del que he escrito confeso, casi, casi, soy yo. La otra sí que es
María en pleno.

Terminé de reflexionar y le dije al Señor: Y Tú, ¿qué me dices de todo
esto?¡Vete de aquí, Cabrero!, me respondió. Y le oí. Ya lo creo que le oí.
¿Qué te diría a ti?

José Antonio Fernández Cabrero