¿PARA QUÉ SIRVE EL DOLOR?

Muchos de vosotros me habéis pedido que aborde en profundidad el tema
del dolor, del sufrimiento, de las enfermedades incurables, de las personas
en estado terminal.

¿Sirve para algo el dolor, Cabrero? ¿Pueden dar sentido a una vida el dolor y
el sufrimiento, ya sea físico, emocional y afectivo, o enfermedades tan
temibles como el cáncer? ¿No es absurdo e innecesario el dolor?
Veamos.

El hombre, a quien el dolor no educó, siempre será un niño. El dolor, si le
damos sentido, es un aliado de nuestra felicidad, porque el hombre no puede
hacerse sin sufrimiento pues es a la vez el mármol y el escultor. Hay
personas que en medio de su sufrimiento han encontrado la paz interior
porque el hombre está más organizado para el dolor que para el placer; y yo
digo que la aceptación del dolor es la primera condición para la realización
personal de la misma manera que el más rápido medio para llegar a la
percepción del sufrimiento.

La felicidad la encontraremos en el interior de nosotros mismos, aún dentro
del dolor y del sufrimiento, porque como tantas veces he dicho: ¡Qué poco
enseñó la vida a quienes no enseñó a soportar el dolor!, el tuyo o el del que
tienes a tu lado.

Nada impide que nos sobrepongamos a situaciones desgraciadas; el dolor,
bien mirado, es el principal alimento del amor, y todo amor que no se
alimente con un poco de dolor, muere. La voluntad de vivir y de superar
adversidades genera una energía de efectos casi milagrosos
. Muchas veces
he repetido (ahora rezo más que nunca) que Dios no vino a suprimir el

sufrimiento, ni siquiera a explicarlo, vino a llenarlo con su presencia y a
enseñarnos a saber qué hacer con él, porque os puedo garantizar que quien
sabe de dolor, lo sabe casi todo; sobre todo, si en su acción diaria entiende
que lo más noble es ofrecer al enfermo, de cualquier naturaleza, nuestro
tiempo y amistad.

El dolor y la enfermedad aportan realismo a un mundo alegremente
consumista que con frecuencia vive de ilusiones caducas y pasajeras. ¿Por
qué? ¡Fácil! Hay personas que no carecen de nada, no sufren y son
desgraciadas. El dolor tiene un gran poder educativo: nos hace mejores, más
misericordiosos, nos vuelve hacia nosotros mismos y nos persuade que esta
vida no es un juego sino un deber, y en eso ando yo ahora más que nunca.

La felicidad la encontraremos siempre en el interior de nosotros mismos.
Pero, ¿tú te crees esto?

José Antonio Fernández Cabrero