AUDACIA Y ESPERANZA:
Claro que continuaremos cayendo en polémicas miopes, en absurdas discusiones, en
posturas de fuerza, en egoísmos e intransigencias, en luchas de poder y en otros pecados
consustanciales a corporaciones vivas, formadas por hombres y mujeres, que comparten las
miserias y grandezas propias del ser humano. Caer es condición sine qua non para levantarse y
avanzar. Se trata de levantarse siendo un poco más sabios y menos soberbios, mirando al frente
con nuevos ojos y llevando el machete de la audacia para desbrozar sendas inéditas.
Me apasiona hablar de la audacia en las hermandades porque soy un hombre de
esperanza, y mi Esperanza no es contemplativa, sino inductiva: nos impele a trabajar, a
comprometernos, a involucrarnos, a imaginar, a ambicionar, a desterrar miedos, a errar, a caer y
levantarnos, a complicarnos la vida en definitiva.
No la siento como una esperanza abstraída de la
realidad ni de los problemas de nuestra sociedad; muy al contrario, comprometida con el ahora y
avizor con los retos que nos planteará el futuro. Porque esta Esperanza a la que rezo todos los
días se funda en un Dios de vivos, y como tal debe ocuparse de las cuitas y necesidades de los
vivos, de los hombres y mujeres actuales, sin olvidar a las generaciones futuras.
A las puertas de un cambio de era tenemos un reto como hermandades. De entre los
muchos instrumentos de transformación social y personal que existen, quizás el más potente -y
audaz- sea la esperanza. Una esperanza entendida desde lo espiritual y teológico pero que va
más allá proponiéndose como motor para el cambio y luz para abrirnos caminos aún en la más
absoluta oscuridad de nuestro día a día. Una esperanza audaz, que nos ayude a vivir en apertura,
y sin miedos, a los demás y a Dios.
José Antonio Fernández Cabrero